No te vayas sin despedirte
En mis pagos, cuando un maestro va a tomar un cargo, debe ir a la Supervisión y allí verá un listado de vacantes. Si tiene el puntaje suficiente y está inscripto debidamente, podrá elegir el lugar de su preferencia.
Un diálogo para esa situación, podría ser parecido al
siguiente:
Y así concluye el trámite administrativo, el maestro deja un
cargo y toma otro.
¿No les parece que faltaría hacer una pregunta esencial,
antes de permitir la renuncia a un empleo?
Esa
pregunta sería, ¿te despediste de los chicos?
Lo que suele suceder en muchos casos es que el profesor que
renuncia debe presentarse inmediatamente al nuevo colegio, sin posibilidad de
ir a despedirse de sus antiguos alumnos.
Y yo me pregunto: ¿Dónde quedó el vínculo? ¿Dónde quedó el
respeto por esos estudiantes que esperan con ilusión que su maestro vuelva a
estar con ellos una vez más?
Estoy cansado de escuchar las frases:
- Renuncio este cargo porque no me conviene.
- Éstas eran poquitas horas, las dejo y tomo otra cosa.
- Tomo este cargo pero lo licencio por mayor jerarquía.
Toda esta jerga técnica pareciera que hace más alusión a un
intercambio comercial que a otra cosa: tomo esto, devuelvo aquello, permuto,
retengo...
No tomamos conciencia que detrás de toda
esta palabrería hay estudiantes, hay un vínculo, hay un proyecto.
En ocasiones me pregunto en qué momento nos olvidamos que los
destinatarios de nuestro trabajo son personas y no números o productos.
Ya sé, ya sé, seguramente algunos lectores indignados defenderán que se trata de derechos del docente y que todo lo que se hace es legal y está amparado en estatutos, reglamentos y decretos. Por supuesto, nadie lo niega. Lo que me parece preocupante es que la dimensión afectiva, vincular, incluso ética, la mayoría de las veces no representa un factor de peso a la hora de decidir mantener un trabajo, dejarlo o cambiarlo por otro.
Respetemos a nuestros chicos.
Ellos nos esperan con ilusión cada día, nos llegan a tomar cariño y muchas veces, somos sus únicos referentes.
Y si nuestra realidad económica nos obliga a dejarlos y a optar por otro camino, al menos tengamos la consideración de hacerlos partícipes de lo que nos pasa.
De este modo, si al día siguiente ya no nos ven, al menos habrán podido decirnos “Adios”.
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