La teoría ¿se aplica en nuestra práctica docente?
Es
más, si hacía gala de mis conocimientos teóricos, las maestras y directivos
descubrían a un recién recibido que todavía no se había dado cuenta que “en la
escuela pasaban otras cosas” y que la teoría era muy linda pero muy utópica.
Y ahí
fue cuando empecé a ver que la escuela formaba al docente en un saber práctico,
un modo de estar en la institución, casi siempre muy lejano a la formación
recibida.
Descubrí
que la teoría y la práctica no formaban una dupla amor-odio pero tampoco se
complementaban. Simplemente iban por carriles
separados y paralelos, sin tocarse nunca.
A
partir de todo esto, no puedo dejar de hacerme el siguiente planteo: si un
médico no aplica lo aprendido en su carrera y sólo se deja guiar por criterios
de “sentido común”, no tendría mucho futuro en la medicina. Observaría los
síntomas de sus pacientes pero no sabría cómo interpretarlos.
Un
docente que no aplica lo aprendido en su carrera, es un docente que sobrevive
perfectamente dentro del sistema ya que la teoría que utiliza para guiar sus
prácticas consiste en la observación de cada día y en la interacción con sus
alumnos. Construye su práctica como si de un oficio se tratara.
Se
evidencia entonces que hay un modo de ser y de estar que se construye en las
instituciones; un modo que es “siempre igual”, genérico, que los docentes
aplicamos a todos los estudiantes por igual y que se repite a lo largo de los
años.
¿Cuánto de nuestra práctica
proviene de nuestra experiencia como alumnos?
Me
atrevería a decir que la mayor parte. Es más, me arriesgo a afirmar que en
muchas ocasiones damos clase en función de lo que vivimos y aprendimos como
alumnos, no de lo que recibimos como producto de nuestra formación.
Y lo
mismo ocurre con la disciplina, con la forma de entender a los niños, con lo
que se permite y lo que se prohibe. Las decisiones que tomamos se basan en
nuestro modo de entender el aula. Y esta forma de entenderla proviene de
nuestras matrices de la infancia y de nuestra práctica cotidiana, no de nuestro
basamento teórico como profesionales.
Propongo
un experimento sencillo para comprobar lo que he estado diciendo….
¿Qué
ocurre cuando tenemos que dar tarea y no la tenemos preparada previamente? ¿Qué
sucede cuando tenemos que improvisar? Lo que suele suceder es que lo primero
que se nos viene a la mente (y que llevamos a la práctica) es darles cuentas a
los niños para que resuelvan…. Este tipo de tareas ¿nos fueron enseñadas en el
profesorado como recursos válidos para cualquier situación? ¡Seguramente no!.
Lo más probable es que nos hayamos remitido a nuestra niñez, cuando las
maestras también nos daban cuentas para resolver de tarea.
Y un
último punto importante… si en el profesorado recibimos una formación para
enseñar de un modo constructivista, ¿Por qué las prácticas tradicionales de
enseñanza siguen existiendo en las escuelas? Una respuesta tiene que ver con
que los maestros seguimos reproduciendo en el aula el mismo esquema recibido
durante nuestra escolaridad. Si no fuera así, si lo hubiéramos borrado por
completo, sólo podríamos dar clase de un modo
constructivista puesto que no conoceríamos otra manera.
Pongo un pequeño ejemplo: hace ya algún tiempo, antes de recibirme,
tuve la oportunidad de visitar a una maestra de primer grado para preguntarle
cuál era el método que ella empleabapara enseñar a leer y escribir. Yo estaba
en ese entonces muy imbuido de aportes teóricos: pensé que la docenteiba a
decirme que ella utilizaba Psicogénesis, Palabra Generadora o cualquier otro
método. Sin embargo, lo que ella me dijo fue: - Yo
enseño a leer y a escribir-sin ningún tipo de alusión a teorías o
autores. Esto me dejó pensando, ya que ella basaba su enseñanza en lo que le
parecía mejor; se basaba en un "sentido común" que remitía a la forma
en que ella aprendió a leer y a escribir (tiempo después me enteré que el
método que utilizaba era la Palabra Generadora).
No
quiero con esto emitir un juicio de valor; simplemente pienso que si somos
profesionales, deberíamos poder actuar a partir de
una teoría que nos respalde y que podamos fundamentar. Por supuesto que
el sentido común en ocasiones es el mejor aliado pero nunca puede reemplazar el corpus de conocimientos que
debería sostener nuestra práctica.
¿Cuál es el camino?
Deconstruir,
romper, reconocer nuestras matrices, fundamentar nuestras prácticas, escuchar
las necesidades de los niños, no dar nada por sentado, desnaturalizar el
“sentido común”, autoreflexionarnos, evaluarnos, entendernos, saber nosotros
mismos porqué hacemos lo que hacemos y decimos lo que decimos.
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